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-Me parece que estoy enamorada de ti-dijo, sin apartar la vista del mar
-No jodas-dije yo, por decir algo.
Pero tenía la boca seca y ganas de echarme a llorar, de hundirle la cara en el cuello tibio y olvidarme del mundo y de mi sombra. Pensé en lo que había sido hasta entonces mi vida. Recordé, como si pasarán de golpe ante mis ojos, la carretera solitara, los cafés solos dobles en gasolineras, la mili a solas en Ceuta, los colegas del Puerto de Santa María y su soledad, que durante año y medio había sido la mía. Si hubiera tenido más estudios, me habría gustado saber de qué manera se conjuga la palabra soledad, aunque igual resulta que sólo se conjugan los verbos y no las palabras, y ni soledad ni vida pueden conjugarse con nada. Puta vida y puta soledad, pensé. Y sentí de nuevo todo aquello que me ponía como blandito por dentro, igual que cuando era un crío y me besaba mi madre, y uno estaba a salvo de todo sin sospechar que sólo era una tregua antes de que hiciera mucho frío.
-Ven
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